domingo, 27 de febrero de 2011

La Caída

“En cambio, nosotros, cuando clavamos la espina en el pecho, sabemos lo que hacemos. Lo comprendemos. Pero lo hacemos. Lo hacemos a pesar de todo"

El disfraz, a veces, revela lo que hay dentro de ti.
Alas, alas luminosas por todas partes, algunas brillaban con los colores del arcoiris, otras eran bellamente transparentes, como si fuesen luciérnagas, pero Ella no se sentía feliz. Al principio de los tiempos sus alas también habían sido blancas, pequeñas si, pero claramente brillantes, a medida que pasaban los siglos se habían vuelto grisáceas, quizás a los demás les costaba verlo, pero era ella la que veía todo su ser, ella la que cargaba con ese par de alas, ella la que se preocupaba. ¿Es que acaso a nadie le pasaba eso? No, todos parecían vivir felices, mostraban sus encantos, como pavos reales. No podía echarles la culpa, eran buenas personas, ángeles de buen corazón que, acostumbrados a su propia felicidad o a la propia belleza del mundo no se daban cuenta de la tristeza que a su alrededor existía, si, seguramente fuese eso. También podía ser que ella misma no viese la “enfermedad” de los demás, dudaba, dudaba siempre, y si... y si... y si…
No, Ella no podía soportar mas esta carga, si bien hacia un siglo una vocecita en su cabeza de cabellos oscuros le decía “vamos, sigue adelante, límpiate la cara y levántate”, ahora esa voz la estaba abandonando por momentos, ahora esa voz tenía un tono frío y cruel, despiadado “Para ya, ¿No ves que no sirven de nada tus intentos? ¿No ves que no eres nadie?
Ella se sentía tan sola, tan triste… un día decidió escapar, bajó y bajó, buscando un lugar apartado y oscuro donde no ver la oscuridad que llevaba dentro de ella. Finalmente, cansada, reposó sobre una roca, allí podía pensar sobre la su vida, sobre sus penas y ser olvidada, y con suerte, olvidarse a ella misma.
Fue entre tinieblas, en el silencio más absoluto, cuando oyó una voz dulce.

-¿Quién eres? – Oyó Ella, la voz parecía venir desde una de las esquinas irregulares de la roca - ¿Quién eres? – volvió a preguntar la voz.

Ella levantó la cabeza, justo encima de la roca un joven ángel la observaba con ojos curiosos, tenía los ojos negros como el carbón, y tristes, muy tristes, y una pizca de cólera brillaba en ellos.
- ¿Yo?, yo no soy nadie…. – respondió Ella, bajando la cabeza, por momentos intimidada, por momentos insegura. El ángel de ojos oscuros bajó de un salto y se sentó a su lado, a una distancia bastante precavida. Bueno, al menos no es de esos felices que no se dan cuenta de cuando deben mantener distancias, se dijo Ella.

- Bien… pues así será – la respuesta tan desenfadada del chico sorprendió a Ella, que le miró de reojo. Ahora el joven estaba de perfil, con la cabeza gacha, pensando en sus cosas, sus alas eran enormes y poderosas, mas algo en ellas, aparte de todo su esplendor, hacía que todas las miradas se posaran en ellas. Y es que eran de un gris casi negro. Ella no cabía en si ¿acaso alguien mas tenía su rara “enfermedad”?

- ¿Qué haces aquí? – Preguntó sin pensar en lo grosera que podía parecer – Quiero decir… - volvió a bajar la mirada, tímida.

- ¿Y qué haces TÚ aquí? – preguntó a su vez, levemente irritado.

- Pues… no lo se…- y era totalmente cierto, ¿qué hacía aquí? No lo sabía.

- Mi nombre es Adam, ¿cómo te llamas tú? – Ella le miró, aún sorprendida, ese chico era extraño, y la confundía con su aparente forma de ser.

- No tengo nombre, Adam…, no lo recuerdo.

- Eso no puede ser, todo el mundo tiene un nombre…- el chico la observó de reojo y dudó. Parecía que era mejor no preguntar, ni seguir insistiendo.

Ella descubrió que aparte del chico y ella misma, varios Ángeles más vivían, abandonados a su propia suerte por cada esquina. Había una chica de alas preciosas, color gris perla, casi del blanco cegador de los que vivían allí arriba. Ío se hacía llamar, mas ella no era como nosotros, ella aún guardaba mucha luz en su interior, mas algo hacía que estuviese aquí, con nosotros.
El tiempo iba pasando, poco a poco el corazón de Ella se iba llenando de luz, gracias a la amistad, algo que nunca había conocido realmente. Sabía que un día, tarde o temprano, tendría que volver con los demás ángeles.

Pero una noche llena de estrellas, mientras pensaba en el futuro y su pronta recuperación, un ser oscuro como la misma noche se acercó a ella sigilosamente. Ella estaba asustada, aquella persona, o lo que fuese, tenía una expresión burlona y aniñada, sus alas eran brillantes, tan negras como las alas de un cuervo.
Entonces, mientras conversaban, Ella le miró a los ojos verdes y supo que a partir de ese día no sería la misma.
Ío ya se había marchado, no así Adam, que aún esperaba, como si ese lugar fuese bueno para el y se sintiese parte del lugar. Ella había conocido más sobre su historia, pero aún así le seguía pareciendo misterioso y lejano. ¿No era para ella la persona más importante y más amiga que había tenido en toda su existencia? Dudaba entre quedarse por siempre con el en este maldito lugar, aunque fuese un tormento continuo, o por el contrario, subir, y entonces, un día, se volverían a encontrar, algún día… Porque Ella no podía vivir sin Adam. Además, había otro asunto….

- Es hora de que te marches- le dijo Adam un día – y que seas por fin feliz….

Ella no podía hablar, tenía miedo, pues no sabía lo que el futuro le podría dar, además, ¿Y si Adam se quedaba allí y no volvían a encontrarse? No podía soportar la indiferencia de su amigo, tampoco podía soportar no hablar con Ío, ni con todos esos ángeles perdidos que tanto la habían ayudado.
Necesitaba pensar y elegir su camino.

- Staré… Staré…. – Ella levantó la cabeza y se encontró cara a cara con el demonio que la había entretenido la otra vez. Estaba mas seductor que nunca, con esa cara de niño y esos ojos verdes que hacían que no pudiese mirar hacía otro lado. – Staré ¿no recuerdas tu nombre? Yo lo se, Staré, yo te lo doy, quédate conmigo, Staré. ¿No ves que no hay nadie que te desee como yo? Quédate conmigo, puedo dártelo todo ¿acaso crees que alguien mas puede darte lo que yo puedo darte? Sígueme, ven conmigo, este es tu lugar, no has de desear nada mas – y sin casi hacer un movimiento, el demonio la besó en los labios suavemente, el sonreía, y su sonrisa era como un rayo de esperanza en un día nublado y frío.
- Lo quiero, lo deseo… -susurró Ella apasionadamente, ella le tomaba de la mano, mas sólo lograba rozar sus dedos fríos, y a la vez que se desplazaba hacía delante, el demonio de alas negras y ojos verdes, pálido como un muerto sonreía dulcemente. Y de pronto, Staré caía y caía, caía…. Y mientras caía, abrió los ojos desmesuradamente, ya sólo recordaba un par de ojos oscuros y melancólicos, una traición, lo que realmente quería pero que no podía ser, el pasado, el futuro hecho trizas.

"Sólo te romperá el corazón. Es un hecho. E incluso aunque te prevenga, aunque te garantice que sólo te lastimará, horriblemente, tú le perseguirás... ¿no es maravilloso el amor?”

 Supo que había elegido caer, y sus alas de fuego oscuro se abrieron paso a su alrededor, negras, como su destino.

Había recordado su nombre, si, pero ¿A qué precio?


lunes, 21 de febrero de 2011

Existe

Sigfrido cumple 20 años, y el joven príncipe está celebrando la ocasión en el jardín de su palacio. Jóvenes de los estados de alrededor han venido a rendirle tributo. Cuando todos empiezan a divertirse en la fiesta, el buen humor es interrumpido por la entrada de la Reina y sus damas de honor. Ella observa a sus amigos con considerable desdén. Sigfrido se altera cuando su madre le señala que debe escoger pronto una esposa.
Su indicación, en el fondo, es una orden, y Sigfrido la rechaza obstinadamente. Mañana por la noche, su cumpleaños se celebrará formalmente con un baile en la corte, y allí, entre las más hermosas damas de la comarca, debe escoger a su futura esposa. Sigfrido ve que toda discusión es imposible y parece que se somete a su voluntad.
El Bufón, intenta restaurar el espíritu de la feliz ocasión. La noche comienza a caer. El Bufón, su amigo, sabe que Sigfrido debe distraerse en lo que queda de la velada. Oye el sonido de alas agitadas por encima, mira hacia arriba y ve en el cielo hermosos cisnes salvajes en pleno vuelo. El Bufón sugiere que el príncipe forme una partida de caza y vaya en busca de los cisnes. Sigfrido accede.
La partida de caza comienza. A una pequeña distancia de ellos, se están deslizando plácidamente los cisnes. Conduciendo al grupo de cisnes hay una hermosa ave.
El príncipe camina a lo largo de la orilla del lago hacia los cisnes; cuando está a punto de seguirlos ve algo en la distancia que le hace vacilar. Se para cerca de la orilla, luego se retira rápidamente a través del claro para esconderse. Ha visto algo tan extraño y extraordinario que debe observarlo detenidamente en secreto.
Apenas se ha escondido, entra en el claro la más hermosa mujer que nunca ha visto. No puede creer lo que ven sus ojos, puesto que la joven parece ser a la vez cisne y mujer. Su hermosa cara está enmarcada por plumas de cisne, que se unen a su pelo. Su vestido, puro y blanco está embellecido con suaves plumas de cisne, y en su cabeza descansa la corona de la Reina de los Cisnes. La joven piensa que está sola y aterrorizada, todo su cuerpo tiembla, sus brazos se aprietan contra su pecho en una actitud, casi desvalida, de autoprotección; retrocede ante el príncipe, moviéndose frenéticamente, hasta el punto de caer desesperadamente al suelo. El príncipe, ya enamorado, le ruega que no se marche volando y ante su miedo el príncipe le indica que nunca le disparará, que la protegerá. Ella es Odette. El príncipe la saluda y dice que la honrará, pero le pregunta:

- ¿A qué se debe que seas la Reina de los Cisnes?

- El lago, – le explica – fue hecho con las lágrimas de mi madre. Mi madre lloraba porque un hechicero malvado, Von Rotbart, me convirtió en la Reina Cisne. Y seguiré siendo cisne, excepto entre la media noche y el amanecer, a no ser que un hombre me ame, se case conmigo, y me sea fiel.

Sigfrido apoya las manos en su corazón y le dice que la ama, que se casará con ella y que nunca amará a otra, y promete su fidelidad. Ahora, indignado por el destino de su amor, quiere saber dónde se esconde Von Rotbart. Justo en este momento, el mago aparece a la orilla del lago. Su cara parecida a la de un búho es una odiosa máscara, tiende sus garras haciendo señas para que Odette vuelva a él. Von Rotbart señala amenazadoramente a Sigfrido. Odette se mueve entre ellos, suplicando piedad a Von Rotbart.

El príncipe le dice que debe ir la próxima noche al baile de palacio. Acaba de cumplir la mayoría de edad y debe casarse, y en el baile debe escoger a su novia. Odette le replica que no puede ir al baile hasta que no se case hasta que Von Rotbart no deje de tener poder sobre ella de otro modo el hechicero la descubriría y su amor peligraría.
Cuando los amantes han dejado el claro, las huestes de Odette, todos los cisnes que, como ella misma, asumen forma humana sólo en las horas entre la medianoche y el amanecer, entran bailando desde la orilla del lago.

El baile está a punto de comenzar.Embajadores de tierras extranjeras, ataviados con sus brillantes trajes nativos, han llegado a rendir tributo al príncipe en su cumpleaños. Se anuncia la llegada de cinco hermosas muchachas, invitadas por la Reina como posibles novias para su hijo.
Sigfrido, piensa sólo en el claro a la orilla del lago y en su encuentro con Odette. Su madre le inquiere a que baile con sus invitadas.
Baila de forma automática e indiferente y se sume en una profunda melancolía. Un heraldo se apresura a informar a la Reina de que una extraña pareja ha llegado. No sabe quiénes son, pero manifiesta que la mujer posee una extraordinaria belleza.
Un caballero alto y con barba entra con su hija. Cuando el caballero se presenta a si mismo y a su hija Odile, a la Reina. Sigfrido, perturbado casi hasta perder el control mira fijamente a la hermosa joven. Está vestida de sobrio negro, pero es la viva imagen de su querida Odette. Se trata de Von Rotbart, que se ha transformado a si mismo y a su fingida hija para engañarlo y rompa la promesa hecha a Odette de que nunca amará a otra.
La Reina tiene ahora esperanzas de que su hijo se case con una dama de rango, como Odile aparenta ser, e invita a Von Rorbart a sentarse a su lado en el estrado.

Odile ha logrado enamorar a Sigfrido y éste piensa que no es otra que Odette. Mientras bailan los dos jóvenes Odette se deja ver en la distancia y hace señales a Sigfrido de que si continúa en esa actitud puede ser fatal para ella. Luego, Sigfrido se aproxima a Von Rotbart y pide la mano de Odile y éste da inmediatamente su consentimiento. En ese momento hay un estrépito de trueno. La sala de baile se oscurece. Rápidos destellos de luz muestran a los asustados cortesanos abandonando el salón de baile, a la princesa madre aturdida, y a Von Rotbart y Odile de pie ante el príncipe en triunfo final de autorrevelación. Sigfrido no puede soportar sus risas odiosas y crueles, y se vuelve para ver en la distancia la patética figura de Odette. Buscándole desesperadamente, con su cuerpo agitado por los sollozos. Cae al suelo atormentado por su falta.

Las doncellas cisne se han agrupado a la orilla del lago. Cuando aparece llorando, intentan consolarla. Le recuerdan que Sigfrido es solo un humano, que podría no haber conocido el hechizo, y podría no haber sospechado del plan de Von Rotbart. Sigfrido entra corriendo en el claro y busca frenéticamente a Odette entre los cisnes. Le toma entre sus brazos, pidiéndole que le perdone y jurándole su amor infinito. Odette le perdona pero le dice que no sirve para nada, pues su perdón se corresponde con su muerte. Cuando aparece Von Rotbart, Sigfrido le desafía, y tras la lucha Von Rotbart es vencido por la fuerza del amor del príncipe a Odette.....